Un gesto sencillo con impacto eterno
En el ministerio de Jesús hubo muchos discípulos, pero algunos dejaron una huella especial por su humildad, disposición y obediencia. Uno de ellos fue Andrés, un pescador de Betsaida, hermano de Simón Pedro. Aunque su nombre no aparece con la misma frecuencia que el de otros discípulos, su papel fue determinante: él fue el que trajo a su hermano Pedro a Jesús, el que acercó a unos extranjeros al Maestro, el que presentó al niño de los cinco panes y dos peces. Andrés no fue protagonista, pero sin Andrés, no habría habido un Pedro.
De ese espíritu nace Operación Andrés: un llamado a toda la iglesia, a cada creyente, a ser un instrumento de acercamiento. No se trata de saber predicar, ni de tener respuestas para todo. Se trata de ser un puente entre las personas y Cristo.
¿Cómo nació esta visión?
Operación Andrés nace del corazón de Dios, revelado a través de las Escrituras, y del deseo profundo de una iglesia que anhela ser obediente al mandato del Señor: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. Pero entendemos que no todos saben cómo empezar, ni se sienten capacitados para hacerlo. De ahí surge esta estrategia pastoral que rompe con el miedo, con la timidez, con la inseguridad, y pone el énfasis en lo esencial: traer a otros a Jesús.
Andrés no hizo grandes discursos. No fundó iglesias. No escribió cartas. Pero trajo personas al Salvador. Y eso fue suficiente.
¿Por qué el nombre “Andrés”?
El nombre Andrés representa una actitud: la del discípulo que actúa con fe, sin pretensión, sin buscar reconocimiento. Representa a cada creyente que ama lo suficiente como para no quedarse callado. Andrés trajo a:
- Un miembro de su familia (Pedro)
- Unos extranjeros que querían conocer a Jesús
- Un niño con recursos limitados pero corazón generoso
No los transformó, no los convenció, no los discipuló. Simplemente los trajo. Y al hacerlo, Jesús obró el milagro.
¿Cuál es el objetivo de este proyecto?
El propósito de Operación Andrés es claro y poderoso:
Formar discípulos que traigan a otros ante Jesús.
No hace falta tener un llamado pastoral, ni dominar la teología, ni saber hablar en público. Basta con decir:
“Ven, quiero llevarte a conocer al que cambió mi vida”.
La visión es que toda la iglesia participe, desde los nuevos creyentes hasta los más experimentados. Cada uno puede ser un “Andrés” en su entorno: en su familia, su trabajo, su vecindario, su escuela. Todos tenemos a alguien a quien invitar.
La metodología: sencilla pero llena de poder
Operación Andrés se lleva a cabo a través de herramientas prácticas, planes y programas diseñados para ayudarte a identificar, orar, conectar y actuar. Pero por encima de todo, se fundamenta en una vida de amor y entrega.
Este proceso incluye:
- Identificar a una persona: alguien por quien sientas carga espiritual.
- Orar diariamente por ella: interceder con pasión, como si su alma dependiera de ello (porque así es).
- Cultivar una relación auténtica: pasar tiempo, escuchar, acompañar.
- Actuar con intención: invitarle a un evento, compartir tu testimonio, ofrecerle ayuda, mostrar el amor de Cristo con tus actos.
Y, sobre todo, entender que no es tu responsabilidad convencer a nadie, solo acercar. Jesús hará lo demás.
El rol central de la oración, la relación y la acción
La oración es el motor.
Es allí donde se libran las verdaderas batallas. Es donde Dios te guía, te da compasión, estrategias, palabras y oportunidades. Todo comienza y termina con la oración.
La relación es el puente.
Jesús se relacionaba con las personas antes de hablarles del Reino. Conectaba, compartía, se sentaba a la mesa. Así también debe hacerlo cada Andrés.
La acción es la semilla.
No basta con tener buenas intenciones. Hay que actuar. Invitar. Llamar. Escribir. Acompañar. Compartir un café o una cena puede ser el comienzo de una vida transformada para siempre.
¿Qué resultados se esperan?
Cuando un creyente se convierte en un “Andrés”, algo en su interior cambia. Su fe se vuelve más activa, más profunda. Su corazón se alinea con el de Cristo. Y eso se refleja en frutos como:
- Personas llegando a la iglesia por relaciones genuinas
- Transformaciones reales en los hogares y las familias
- Una iglesia más viva, comprometida y unida en la misión
- Más alegría, propósito y gozo espiritual en quienes participan
Testimonios silenciosos, pero poderosos
Cada Pedro que predicó a multitudes, fue traído primero por un Andrés.
Cada niño que se convirtió en canal de milagro, fue presentado por un Andrés.
Cada extranjero que conoció a Cristo, lo hizo porque un Andrés les abrió el camino.
Tú también puedes ser esa llave, aunque no veas inmediatamente los frutos. Recuerda: Andrés no fue testigo del sermón de Pedro en Pentecostés, pero sin él, ese sermón no habría ocurrido.
Barreras comunes y cómo superarlas
“No sé qué decir.”
No necesitas saberlo todo. Solo habla desde el corazón. Dios usará tus palabras.
“No soy un buen evangelista.”
Perfecto. Dios no necesita profesionales. Necesita dispuestos.
“Me da miedo el rechazo.”
Recuerda que no te rechazan a ti, sino al mensaje. Y aún así, el amor siempre deja huella.
“No tengo tiempo.”
¿Tienes cinco minutos al día para orar por alguien? ¿Media hora para un café? Eso puede cambiar un destino eterno.
¿Qué puedes hacer hoy mismo?
- Haz una lista de 10 personas por las que sientas carga espiritual.
- Ora por ellas cada día, pidiendo dirección y oportunidades.
- Conéctate con ellas de forma intencional y amorosa.
- Invítalas a un encuentro, una actividad o simplemente a compartir contigo.
- Confía en que Dios hará su parte cuando tú haces la tuya.
Una visión que trasciende fronteras
Operación Andrés no es un programa. Es un estilo de vida.
Es una forma de ver a las personas, de actuar con propósito, de vivir como iglesia que se mueve en amor.
Y sí, este proyecto tiene proyección. Porque el llamado de Jesús no fue para una sola iglesia, sino para todos sus seguidores en todo lugar. Nuestro deseo es que otras congregaciones, regiones y naciones se sumen a esta visión.
El desafío final: ¿serás tú un Andrés?
No necesitas títulos, ni púlpitos, ni años de experiencia.
Solo necesitas un corazón dispuesto a decir: “Ven, quiero presentarte a Jesús”.
Y si lo haces, habrás hecho lo suficiente.
Ten ánimo. Esfuérzate y hazlo.
No sabes a quién puedes estar trayendo…
pero Cristo sí.
Y Él lo está esperando con los brazos abiertos.